El regalo de los reyes magos versión abreviada

1. La celebración del Año de la Familia me brinda la grata oportunidad de llamar a la puerta de vuestra casa, deseoso de saludaros con profundo afecto y de pasar un rato con vosotros. Lo hago con esta Carta, tomando como punto de partida las palabras de la Encíclica Redemptor Hominis, publicada en los primeros días de mi ministerio como Sucesor de Pedro. Allí escribí que el hombre es el camino de la Iglesia.

Con estas palabras quise evocar, en primer lugar, los múltiples caminos por los que camina el hombre y, al mismo tiempo, subrayar el profundo deseo de la Iglesia de estar a su lado mientras recorre los senderos de su vida terrena. La Iglesia comparte los gozos y las esperanzas, las penas y las angustias del peregrinaje cotidiano del hombre, con la firme convicción de que fue Cristo mismo quien la puso en todos esos caminos. Cristo confió el hombre a la Iglesia; le confió el hombre como “camino” de su misión y de su ministerio.

La familia tiene su origen en ese mismo amor con el que el Creador abraza al mundo creado, como ya se expresó “en el principio”, en el Libro del Génesis (1,1). En el Evangelio, Jesús ofrece una confirmación suprema: “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo único” (Jn 3,16). El Hijo unigénito, de una sola sustancia con el Padre, “Dios de Dios y Luz de Luz”, entró en la historia humana a través de la familia: “Por su encarnación, el Hijo de Dios se unió en cierto modo a todo hombre. Trabajó con manos humanas… y amó con un corazón humano. Nacido de María la Virgen, se hizo verdaderamente uno de nosotros y, excepto por el pecado, fue como nosotros en todos los aspectos”. Si, en efecto, Cristo “se revela plenamente al hombre”, lo hace a partir de la familia en la que eligió nacer y crecer. Sabemos que el Redentor pasó la mayor parte de su vida en la oscuridad de Nazaret, “obediente” (Lc 2,51) como “Hijo del Hombre” a María, su Madre, y a José, el carpintero. ¿No es ya esta “obediencia” filial de Cristo la primera expresión de aquella obediencia al Padre “hasta la muerte” (Flp 2, 8), por la que redimió al mundo?

El diálogo de los reyes magos

En la víspera de la Navidad, Della anhela comprar un regalo para su marido, Jim, contando y recontando sin descanso sus míseros 1,87 dólares antes de rendirse a su pobreza. “Sólo 1,87 dólares para comprar un regalo a Jim”, se lamenta la narradora. “Su Jim. Había pasado muchas horas felices planeando algo bonito para él. Algo fino, raro y de buena calidad, algo que estuviera cerca de merecer el honor de ser propiedad de Jim”.

Deseando comprarle una cadena para su reloj de oro (su posesión más valiosa y preciada), Della decide vender su hermosa melena morena, su posesión más valiosa y preciada. “Ondulante y brillante como una cascada de aguas marrones”, el cabello de Della era tan largo “que se convertía casi en una prenda para ella”. Y, sin embargo, derramando sólo una “lágrima o dos”, sigue adelante, intercambiando su precioso pelo para conseguir los 20 dólares necesarios para comprar un regalo para Jim.

Apresurándose a encontrar la cadena adecuada, Della recorre el mercado del pueblo hasta dar con la pieza perfecta. “No había otra igual en ninguna de las tiendas”, explica la narradora. “Era como él. Tranquilidad y valor: la descripción se aplicaba a ambos”.

El regalo de los reyes magos

Una vez terminadas las fiestas de fin de año y comenzado el nuevo, en España los niños siguen esperando el día más importante de las fiestas.  Cada año, el 6 de enero se celebra el Día de los Reyes Magos.

La tradición dice que los tres reyes (también conocidos como los tres reyes magos) tenían la misión de ir a Belén. Siguieron una estrella que les indicó el camino para ver al niño Jesús, que acababa de nacer. Al llegar, estos tres reyes ofrecieron tres regalos: oro, incienso y mirra. Por eso, cada año, cuando se acerca la Navidad, todos los niños empiezan a escribir cartas a uno de los reyes (o a los tres): Melchor, Gaspar y Baltasar.

En estas cartas, los niños cuentan a los reyes lo bien que se han portado durante el año y piden los regalos que les gustaría recibir el 6 de enero.  En teoría, cuanto mejor se hayan portado los niños, mejores serán sus regalos. Pero todos los niños saben que si se portan mal, corren el riesgo de recibir un trozo de carbón en su lugar.

Cada año, los tres reyes viajan en camello desde Oriente para visitar a todos los niños. Cuando llegan a España, varios días después de la Nochevieja, van a cada uno de los pueblos para escuchar las peticiones de los niños y recoger sus cartas.  La noche del 5 de enero, después de haber visto a los Reyes Magos desfilar por la ciudad, los niños corren a casa para limpiar sus zapatos y colocarlos en un buen lugar para que los reyes los vean. Así, los tres reyes sabrán a quién dejar cada regalo.

El guión del regalo de los reyes magos

Con esta Carta, quiero fomentar la hermosa tradición familiar de preparar el belén en los días previos a la Navidad, pero también la costumbre de montarlo en los lugares de trabajo, en las escuelas, en los hospitales, en las cárceles y en las plazas de las ciudades. Siempre se demuestra una gran imaginación y creatividad al emplear los materiales más diversos para crear pequeñas obras maestras de belleza. Cuando somos niños, aprendemos de nuestros padres y abuelos a mantener esta alegre tradición, que encierra una gran riqueza de piedad popular. Deseo que esta costumbre no se pierda nunca y que, allí donde haya caído en desuso, pueda ser redescubierta y revivida.

Al venir a este mundo, el Hijo de Dios fue depositado en el lugar donde se alimentan los animales. El heno se convirtió en el primer lecho de Aquel que se revelaría como “el pan bajado del cielo” (Jn 6,41). San Agustín, con otros Padres de la Iglesia, quedó impresionado por este simbolismo: “Acostado en un pesebre, se convirtió en nuestro alimento” (Sermón 189, 4). En efecto, el belén evoca algunos de los misterios de la vida de Jesús y los acerca a nuestra vida cotidiana.